miércoles, 2 de abril de 2008

EL FARO

Estoy harto de subir escaleras, ¿cuándo llegaré a la cima del faro? Es tan grande, tan inmenso, tan silencioso. El único ruido son mis pasos, o era, porque al pasar del tiempo su sonido ya no hace temblar el tímpano, ¿me estoy quedando sordo?, no lo sé. A veces me da por regresar algunos escalones, pero me vuelvo, me engaño con la idea de que contemplaré el Universo, de que la cima está cada vez más cerca, de que sería una tontería regresar al principio. Mis ojos ven en la oscuridad, al menos aún perciben los dragones de luciérnagas, que una y otra vez, danzan y se prenden; con las manos recojo un puñado de ellas, y al igual que un chorro de agua, me las bebo. Raramente, mi lengua siente el sabor de una mariposa, sonrío: es la única cosa que rompe la monotonía.
Mis recuerdos se han borrado, todos mis pensamientos se reducen a la visión de las luciérnagas, a la concentración que pongo en seguir este caracol de piedra. También pienso en la luz que bañará mi desnudez y en la contemplación del infinito. Mis sueños son bastante extraños, me dan miedo: siempre que despierto mis dientes castañean. En ellos hay demonios de tres cuernos que bajan a cuatro patas y tienen espirales en el cuerpo, les suplico que me lleven al infierno, se ríen, “este laberinto es el infierno, te lo advertimos”, responden y siempre me dejan convertido en piedra; veo ángeles construyendo el faro, son muchos, trayendo y pegando enormes bloques de losa, flotando en el aire con ayuda de sus alas rojas. Tal vez esto es cierto: nunca terminarán de construir el faro; aun así, sigo subiendo. Si pudiese robar un pedazo de eternidad, llegaría a la cima, aunque millones y millones de ángeles elevaran cada vez más la altura de la construcción. Dos infinitos siempre llegan al mismo punto.
Mi cabello se arrastra por las escaleras, se junta con mi barba a partir de las rodillas, ya me pesa en la cara: se me estira la piel como masa sin hornear, me hago jorobado. A cambio, tengo piernas fuertes, hechas de hierro moviéndose a voluntad propia. Nadie desea más el fin que mis piernas, ascienden sin descanso y no escuchan ruegos; pero yo no quiero estar más en esta agonía, estoy harto de todo, siempre es lo mismo, lo mismo, lo mismo. ¡Qué me importa ver el Universo!, grito. Desesperado, me arranco los ojos, ¡estoy ciego! ¡Malditos ojos!, hay veces que los odio, ya no me sirven, prefiero morirme de hambre antes que volver a ver una luciérnaga…
De pronto, con el caer del agua, me doy cuenta de todo. La rabia se apodera de mí, aprieto mis manos hasta que los órganos truenan y los irises se escurren entre mis dedos. Bien me lo habían advertido los demonios, pero mis ojos traidores me engañaron: donde había un laberinto vieron un faro.

Guillermo Arroyo Jiménez, México DF, 02/04/08

3 comentarios:

TANIA dijo...

me gusta..esta muy chido...que loco

Lina Huang dijo...

Me gustan las sensaciones que evocas en el escrito. La propuesta del blog me parece bien y seguiré pasando. A tu pregunta, soy colombiana.

Unknown dijo...

muy interesante el asunto, me gusta cuando entra la voz dramàtica

¡Qué me importa ver el Universo!, grito. Desesperado, me arranco los ojos, ¡estoy ciego! ¡Malditos ojos!, hay veces que los odio, ya no me sirven, prefiero morirme de hambre antes que volver a ver una luciérnaga…

lo del faro esta chido
lo del laberinto quizà ... no es tan sorprendente

pero cada vez me gusta màs lo que escribes, sìguele canijo