domingo, 27 de abril de 2008
3 Poemas del mexicanisimo Edgar Artaud
Yo no niego...
No niego tu derecho a la Poesía
no reclamo el derecho a las lecturas públicas
no censuro tu deseo de ver publicados
tus poemas podredumbre
no no reniego todo eso
la basura también tiene derecho a expandirse
y forma parte de la vida;
la mierda existe, así como los humanos
somos mierda, yo promuevo
la desaparición del hombre
la extinción humana
la extinción de las sociedades
dejemos el paso
a otras formas de vida
no asquerosas
no injustas
más honestas
dejemos el paso.
Ése soy yo
Sé que soy un imbécil
nadie toma en cuenta mis estupideces
no me toman en serio
realmente no me preocupa
soy ignorado en todo el mundo
me divierto escuchando a poetas
que se han dejado el pellejo
solo soy un tonto de capirote
un sub, un emo, un bipolar
un escritor de poemas sin sentido
de textos que no alcanzan a ser
llamados poemas
un tonto postrado en la calle
sin saber qué decir,
a qué hora es el evento
un hombre tipo Pessoa
que no atina a cruzar
esa avenida de los grandes poetas
un transeúnte, un desconocido
ése soy yo, a mucha honra
un estúpido habitante mediocre
alguien de quien nadie menciona
a quien echan de los recitales
por no tener algo que decir
a quien aplastan fácilmente
ese soy yo, un don nadie
que se divierte escribiendo poemas
durante el día y durante la noche
y durante todo el tiempo
no me importa que digan
o si no dicen nada no importa
ese soy yo un poeta desconocido
de todos los tiempos
que escribe para sí mismo.
Porqué tengo derecho a suicidarme
Porque Jaime Torres Bodet se hizo un disparo en la sien
porque pude obtener el grado de Doctor en Ciencias
porque soy un ser humano de mierda
porque padezco una enfermedad crónico-degenerativa
porque mi piel está hecha de tristezas
porque hice búsquedas en Internet
con la frase "how commit suicide"
porque se me da la gana
porque hoy es 11 de mayo
porque me conmueven la vida y la voz de María Callas
porque estoy sumamente agotado
porque padezco de insomnio y dolor de cabeza
porque tengo dinero
para comprar esa vieja pistola
porque yo soy Dios
porque veo en los espejos
el reflejo de mi muerte.
martes, 15 de abril de 2008
Los exageracionistas acuden al llamado del poeta Artaud
“Porque yo soy Dios/porque veo en los espejos/el reflejo de mi muerte”, versos sublimes del poeta Edgar Artaud que inundaron la lectura en el Centro Cultural Creciente de la capital poblana el pasado 12 de abril. La lectura también contó con la presencia de los poetas infrarrealistas Oscar Altamirano y Ramón Méndez que leyeron algunos trabajos de su extenso repertorio. La calidad de estos poetas mexicanos se deja apreciar en sus poemas, llenos de un realismo crudo y sin tapones de ninguna especie, “No somos poetas al servicio del Estado”, aseveran y lo demuestran con acciones, pues han sabido mantenerse al margen de las mafias literarias y han difundido su literatura por otros medios, con menos alcance pero más dignos de un buen escritor. El poeta Artaud hizo un llamado a los jóvenes artistas a crear una fuerza de cultura independiente y exhortó a rescatar movimientos como el estridentismo y el infrarrealismo para hacer una literatura acorde con los tiempos futuros. El movimiento poético independista MANCHA, la red de los poetas salvajes, y los exageracionistas acudieron al llamado y se mostraron de acuerdo con el manifiesto zerorrealista del poeta. Desgraciadamente, la sana convivencia entre los artistas de diferentes generaciones se vio interrumpida por la organizadora del evento, que al parecer tiene mierda en la cabeza. Su editorial patito fue creada para publicación de sus textos de a centavo y se ha convertido en lo que dice combatir: mafia literaria, mala litaretura… Lamentamos verdaderamente que esto pase en la capital donde nació el estridentismo de Maples Arce y lucharemos para que estos poetas inservibles que quieren compartir fama de poetas ya consagrados se diluyan en el olvido.
Los exageracionistas dan su apoyo incondicional al poeta Artaud y se unen al proyecto de cultura independiente de los zerorrealistas. Así como también nos dispondremos a seguir los pasos de estos movimientos que serán pilares de la nueva cultura.
¡¡¡Por libros a un precio justo!!!
¡¡¡Por oportunidades para el arte!!!
¡¡¡Por México!!!
Guillermo Arroyo Jiménez, Puebla, Puebla, 13/04/08
ROJO
¿Qué significaba aquello, el simio, el cuchillo, el rojo…?
¡María!, ahí estaba la clave de todo, un rictus de terror se esculpió en mi rostro, ¿acaso no estaba muerta? La velé por tres días en una cantina de mala muerte, cavé su tumba en el cementerio de mis neuronas y al momento de aventarla en su último lecho le corté la cabeza para que nunca regresara. Volvió. Sentí una desesperación agobiante, apreté ropa y la mordí, buscaba algo que me alejara de aquellos pensamientos. Y entre más trataba de evadirlos más me atormentaban. María, María, María, un vértigo me mareaba, fui al baño y traté de vomitar, tal vez así sacaría aquella enfermedad que me pudría el cuerpo. No pasó nada, el asco se quedó en mi garganta. Me lavé la boca con bastante pasta y miré el espejo tratando de encontrar el Pez que habita en él (en todos los espejos), del que habla Zallinger. Ahí estaba, nadando en ese estanque de mercurio, dibujando una rápida silueta hacía mi presencia, y sus ojos crecían y crecían mientras sus dientes se mostraban al abrir de su hocico, ¡hasta que el rojo invadió el cristal! Estrellé mi cabeza contra el reflejo, pedazos de vidrio se regaron por el suelo. Toqué mi frente y mis manos se llenaron de sangre. Traté de imaginar que tenía sangre azul, como esos cefalópodos de tres corazones o como el Limulus (cangrejo herradura) de aspecto temible. No me convencía, lo que veía era rojo, sí, ¡rojo!
Quizá algunos me califiquen de exagerado. Deben saber que la maldad se esconde tras diversas y mutables formas, una de ellas, es el amor de María.
Con las manos en la sien temblaba. Me di cuenta de lo absurdo de mi acto: no me tenía que cuidar de algo tan sincero como un espejo, sino de esas imágenes que distorsiona la mente. En todo caso yo reflejaba el rojo, en todo caso yo era María.
Caminé a la cocina por un vaso de agua, me iba sacudiendo pedacitos de vidrio de la frente. Me serví del garrafón y permití que el líquido dejara su frialdad en mi traquea. Por la ventana de la sala entraba la voz de mi vecino, cantaba salsa.
—¡Ya cállate hijo de la chingada, son las 3 de la mañana! —le grité esperando el silencio habitual de la noche.
No se calló.
—¿Te vas a callar o voy y te reviento la madre?, siempre es lo mismo —insistí. Su canto se elevó de tono.
Ante aquel desafío salí del departamento dispuesto a golpearle. Con el puño cerrado toqué tres veces en su puerta. Se escucharon pasos.
—Qué quieres, en mi departamento yo hago lo que... —en ese momento su frase se vio interrumpida, había girado la chapa y le aventé la puerta en la cara.
—Pero qué... —alcanzó a balbucear y ya no dijo más, de un madrazo lo hice perder el equilibrio. Me abalancé sobre él y ya en el suelo mis puños moldeaban su rostro. Mi brazo estaba tenso: descargaba golpes con todas sus fuerzas. De pronto comenzó a brotar sangre, de los labios, de las mejillas… Me aparté rápidamente, el terror me invadió. Di una vuelta como tratando de buscar salvación en el aire, no valió de nada, mis pensamientos volvieron al rojo. Salí seguro de no haber cometido un crimen; mi vecino respiraba dificultosamente mientras musitaba palabras incomprensibles y escupía gotitas de sangre.
¿Qué estaba pasando?, ¿acaso el amor de María era el causante de aquel trastorno? No lo descartaba. El amor de María era un mar en el que uno se sumergía y quedaba atrapado como en sueños, embelesado por el sonido suave y armónico de su oleaje, engañado por el azul y la templanza de sus aguas. Lo que nadie sabía era que en sus profundidades vivía un monstruo de sangre verde (tiene que ser verde, ¡Dios mío!, temo al pensar que sea del color de mi tormento), un monstruo tan terrible como el Leviatán que vio la luz en el quinto día de la Creación o como el que habita en el lago Ness, del que escurren mucosidades en un glu glu interminable y espera ansioso el mejor momento para acabar con el mundo, así de terrible era el amor de María.
Busqué el botiquín, algunos calmantes tal vez me ayudarían. Lo encontré en el segundo cajón de mi closet, empecé a revisar las pastillas, no podía concentrarme en leer las etiquetas. Llamó mi atención un frasco sin nombre y vacié su contenido de cápsulas blancas en el embudo de mi boca, mi paladar no protestó. La locura me invadía, azoté mi cabeza contra la pared varias veces al mismo tiempo que repetía palabras: yo soy el simio, María toca el violín, me gusta la sandía, su sonrisa es de burla, me va a matar...
Aquello no funcionaba, tenía que intentar otra cosa. Desesperado, saqué el revólver que guardaba bajo llave, dentro de una maletilla. Estaba cargado y el metal transmitía frío a mis manos. Nervioso, toqué el gatillo y puse el cañón contra mi sien, con la otra mano volví a usar el inhalador. Una sirena de policía se escuchó fuera del edificio, y en lugar de asomarme por la ventana traté de reflexionar por última vez, pero en ese instante vi la sangre que bajaba por mi frente, ¡vi el rojo! Necesitaba deshacerme de aquel pensamiento de una vez por todas. Sentía miedo, sin embargo, me sabía más perverso que María, no me quedaría sin venganza, poseía plena conciencia de que al apretar el gatillo ella también moriría. Pero el plomo no salía del revólver, mi mano parecía de piedra y no obedecía órdenes, se negaba rotundamente a manchar el piso de plasma. El ruido de pasos precipitados inundó el pasillo, alguien entraba por la puerta que había dejado sin seguro.
—¡Salga con las manos en alto! —se oyó una orden estridente y clara.
—¡Váyanse a la mierda! —les contesté, me dije que ya no podía esperar más tiempo para matar a María, sólo tenía unos instantes para acabar con su existencia. Mi brazo seguía sin responder, era una escultura de bronce sobre mi hombro, las pastillas blancas habían surtido efecto. Volteé hacía la ventana, María no podría soportar tres pisos sin paracaídas, y ¡Oh fortuna!, mis piernas también se congelaron; el calor del cuarto era tan pobre como para deshacer el hielo, en lugar de calentar, enfriaba. Los policías habían llegado hasta mí, me apuntaban.
—¡Tire la pistola, tire la pistola! —ladraban dos voces al unísono.
El brazo que aún se mantenía fiel a mí les mentó la madre. Los perros se abalanzaron contra mí, escupiendo rabia y mostrando sus colmillos me tiraron al suelo. Ofrecí toda la resistencia que pude por escapar de sus garras y en el ajetreo rodó la pistola unos tres metros.
—¡Suéltenme perros, suéltenme, tengo que matar a María!, ¿acaso no comprenden? —grité en el paroxismo de mi euforia. Los dedos que aún quedaban sin paralizar se extendían hacía el revólver mientras seguía vociferando: ¡María, María!
Guillermo Arroyo, México DF, 07/04/08
domingo, 13 de abril de 2008
“Creo en la re-evolución de la poesía”, Alejandro Jodorowsky
Jodorowsky respondió preguntas acerca del tarot y de la psicomagia, lo cual suscitó una ola de chiflidos y mentadas de madre entre la juventud que se dividía entre seguir perdiendo el tiempo con preguntas estupidas (como la explicación de la carta 22 del tarot) y lo que se refiere pura y exclusivamente al arte. Afortunadamente la tarde terminó en paz y se despidió al artista con la ya conocida porra: ¡GOYA...! ¡GOYA...! ¡CACHUN, CACHUN, RA, RA! ¡CACHUN, CACHUN, RA, RA! ¡GOYA...! ¡¡UNIVERSIDAD!!
Jodorowky y el exageracionismo. Los exageracionistas repudiamos la psicomagia y toda la charlatanería del mundo. Creemos que lo único valioso de Alejandro son las películas, cargadas de una realidad absurda y de mensajes filosóficos que tratan de crear conciencia, así como algunas obras de teatro. Por lo demás, este charlatán presumido no vale un comino, su empresa familiar está contaminada, es una mafia que se vende al mejor postor, como los programas de televisión española que tratan de engañar al mundo con sus falacias de curación psicomagica. ¡Jodorosky ha caído por el despeñadero! Y ahí lo dejaremos, por su bien. Lo único que salvaremos de los escombros son sus películas que serán un pilar del movimiento, ¡pero a Jodorowky que se lo cargue la chingada!
miércoles, 2 de abril de 2008
EL FARO
Estoy harto de subir escaleras, ¿cuándo llegaré a la cima del faro? Es tan grande, tan inmenso, tan silencioso. El único ruido son mis pasos, o era, porque al pasar del tiempo su sonido ya no hace temblar el tímpano, ¿me estoy quedando sordo?, no lo sé. A veces me da por regresar algunos escalones, pero me vuelvo, me engaño con la idea de que contemplaré el Universo, de que la cima está cada vez más cerca, de que sería una tontería regresar al principio. Mis ojos ven en la oscuridad, al menos aún perciben los dragones de luciérnagas, que una y otra vez, danzan y se prenden; con las manos recojo un puñado de ellas, y al igual que un chorro de agua, me las bebo. Raramente, mi lengua siente el sabor de una mariposa, sonrío: es la única cosa que rompe la monotonía.
Mis recuerdos se han borrado, todos mis pensamientos se reducen a la visión de las luciérnagas, a la concentración que pongo en seguir este caracol de piedra. También pienso en la luz que bañará mi desnudez y en la contemplación del infinito. Mis sueños son bastante extraños, me dan miedo: siempre que despierto mis dientes castañean. En ellos hay demonios de tres cuernos que bajan a cuatro patas y tienen espirales en el cuerpo, les suplico que me lleven al infierno, se ríen, “este laberinto es el infierno, te lo advertimos”, responden y siempre me dejan convertido en piedra; veo ángeles construyendo el faro, son muchos, trayendo y pegando enormes bloques de losa, flotando en el aire con ayuda de sus alas rojas. Tal vez esto es cierto: nunca terminarán de construir el faro; aun así, sigo subiendo. Si pudiese robar un pedazo de eternidad, llegaría a la cima, aunque millones y millones de ángeles elevaran cada vez más la altura de la construcción. Dos infinitos siempre llegan al mismo punto.
Mi cabello se arrastra por las escaleras, se junta con mi barba a partir de las rodillas, ya me pesa en la cara: se me estira la piel como masa sin hornear, me hago jorobado. A cambio, tengo piernas fuertes, hechas de hierro moviéndose a voluntad propia. Nadie desea más el fin que mis piernas, ascienden sin descanso y no escuchan ruegos; pero yo no quiero estar más en esta agonía, estoy harto de todo, siempre es lo mismo, lo mismo, lo mismo. ¡Qué me importa ver el Universo!, grito. Desesperado, me arranco los ojos, ¡estoy ciego! ¡Malditos ojos!, hay veces que los odio, ya no me sirven, prefiero morirme de hambre antes que volver a ver una luciérnaga…
De pronto, con el caer del agua, me doy cuenta de todo. La rabia se apodera de mí, aprieto mis manos hasta que los órganos truenan y los irises se escurren entre mis dedos. Bien me lo habían advertido los demonios, pero mis ojos traidores me engañaron: donde había un laberinto vieron un faro.
Guillermo Arroyo Jiménez, México DF, 02/04/08